viernes, 5 de febrero de 2010

Cuatro manos en una noche de brujas.



Aquél sábado noche de brujas, Juana y Miguel en una de tantas sucursales de una conocida institución bimilenaria, unieron sus manos sudorosas y tímidas en un conocido y viejo ritual, traído hace ya más de cinco siglos desde tierras lejanas, del viejo mundo para ser precisos.

Juana y Miguel entraron a ese recinto caminando sobre la alfombra roja, ella como una frágil princesa, y él, como un gélido pingüino. Las miradas acechaban por todos lados, y la relativa estrechez del lugar en esos momentos de nerviosismo lo hizo parecer inmenso. Una vez posicionados en sus lugares dentro del escenario se dispuso a dar por iniciado el ritual, no sin antes realizar la vieja repetición de ademanes y palabras acostumbradas.

El nerviosismo de los jóvenes aumentó debido al mal humor del anfitrión, que, debido a su edad o a tantos años de servicio entregado a esa institución, levantaba la voz frente a ellos de una forma exasperada. Miguel se inquietó cuando casi gritándole le indicó que pronunciara fuertemente su nombre completo. En ese lugar muchos desaprobaban la unión, y especulaban cuanto les iba a durar el gusto. “Seis meses” dijeron los más atrevidos, mirando atónitos el espectáculo de los tres que se encontraban al frente en el escenario, donde un público impaciente certificaba y validaba a regañadientes esa unión.

El ritual transcurría con normalidad, se llevaron a cabo los mas diversos protocolos a la antigua usanza, donde a base de frases elaboradas se pronuncian cosas que en la praxis nunca se llevan a cabo. Se colocaron unas pequeñas circunferencias doradas en uno de los dedos de cada uno, donde llevaban grabados el nombre del compañero y esa fecha, como para tener presente siempre que su vida estaría enlazada a la del otro.



Miguel había escuchado alguna vez, de la boca de un anciano, que esa unión en realidad se consumaba esa misma noche. Después del ritual y del festejo riguroso, llego el momento de unirse completamente.

Era la madrugada del siguiente día, sus cuerpos se fundieron en uno solo, armonizando una sola canción, una sola música que transformó ése lugar en una inmensa vaporera digna de una escena extraída de una película de James Cameron. Era el momento para la fantasía, sus labios se buscaban con frenesí, sus manos recorrían ambas geografías y se entrelazaban a cada momento que se encontraban en ese espectáculo de dos, en donde ellos eran los protagonistas y a la vez los espectadores en esa vieja habitación. Ni siquiera el tiempo se colaba por la ventana, haciendo que ese momento fuera eterno, como si se hubiera detenido, enmarcando un momento en el que sus vidas eran una sola, ya que ambos se pertenecían.

Ahora, todo eso quedo atrás, en el olvido. Sus caminos bifurcaron debido a extrañas presencias, por inesperados sucesos. Todo se descoyuntó, desde ahí empezó el trance de tratar de entender lo abstracto, de encontrarle el significado a una palabra que después de un poco más de dos lustros pareciera ajena, como si no existiera.

Esas circunferencias doradas que alguna vez rodearon sus dedos yacen ahora en la gaveta de una sucursal de unos usureros que se autodenominan piadosos. A cambio un papel, como si los papeles significaran algo, ya que en cualquier momento se olvidan, y se archivan también en algún lugar de un librero, o en el oscuro y mas recóndito rincón de la mente.


De lo que no queda duda, es de que sus manos se recordaran por siempre. Esas manos de ratón viejo y esas manos blancas con dedos largos si pudieran hablar las cosas que contarían, platicarían que un día se empalmaron en una sola, y que todavía lo hicieron una última vez, aun cuando ya no se entendían, cuando ya no eran nada. Tal como ocurrió aquella única vez, aquella noche de brujas, un día que no volverá, por que fue simplemente eso, un solo día.



Ivo Sainz Escoto

Algo sobrenatural

Se podrán dar muchas  interpretaciones filosóficas, o diversas miradas estéticas  a lo que fue y es la ola del Rock que invadió la escena...