lunes, 25 de enero de 2010

La tacita verde.




En algún lugar de la gran Ciudad de México, ocurriría un encuentro meramente insignificante, como muchos de los que ocurren a diario en las grandes metrópolis.

Aquella tarde en el patio de una vieja unidad habitacional, un grupo de niños, de los que muchas veces se reúnen improvisadamente se habían divertido y jugado hasta el agotamiento, ya que el sol había logrado que la sed irrumpiera en sus bocas. Por coincidencia uno de los padres de esos niños preocupado por su hijo, se asomó por la ventana en ese momento, con el único fin de ver a su vástago y asegurarse de que estuviera bien, ya que la violencia en la Ciudad de México impide que cada día más niños salgan a jugar a las calles como ocurría en el pasado, sin que exista la zozobra por parte de sus progenitores. Ante la insistencia por parte del padre, de que el hijo subiera, el niño accedió e invitó a subir al grupo de niños con los que jugaba. Subieron por las escaleras de aquel viejo edificio, que ya mostraba señales de debilitamiento a consecuencia de los temblores frecuentes y repentinos que comúnmente azotan al Valle de México. La puerta se abrió y los recibió aquel cansado padre, avanzado en años y que tenia la fatiga de cuidar a su único hijo, con las dificultades de encontrarse solo y sin un empleo. El poco ingreso con el que contaba para sobrevivir, era el que le brindaba una humilde pensión, ganada a pulso después de tantos años de trabajo burocrático.

En aquel departamento el lujo no existía, tenia un toque de descuido y daba la impresión de soledad, además, el toque femenino que inunda muchos hogares brillaba por su ausencia. En ese hogar, si se le puede nombrar así, reinaba la pobreza, ya que eran tiempos de vacas flacas. Los niños que subieron con él venían exhaustos y el padre al darse cuenta de su agotamiento les ofreció un vaso con agua, pero lamentablemente la única con que contaba era agua de la llave, que por pobreza y tradición es lo que muchas familias acostumbran tomar en el D. F. Los chiquillos tal vez por que no les quedaba de otra, bebieron el vital liquido con una desesperación que hubieran terminado con un lago entero si es que lo hubieran tenido al alcance de sus bocas. Los recipientes que contenían esa agua que para ellos era la gloria, eran unas singulares tacitas verdes de plástico, que formaban parte de una colección de trastes viejos y de tristezas. Y de repente, esa imagen estaba ahí, que después vendría constantemente a la mente como una instantánea.

Ahí estaba ella, bebiendo su agua en una tacita verde, una niñita de aproximadamente siete u ocho años de edad, y él la miró con la inocencia de un niño que mira a una compañera de juegos. ¿Quién era ella?, ¿Quién era él? No lo sabían, ya que muchas veces cuando uno es niño llega a jugar con desconocidos. Lo único que sabrían con el tiempo, es que esa imagen quedaría grabada en ellos por años, confirmando que muchas veces existen encuentros furtivos que pasan desapercibidos, que nos muestran que a veces estamos cerca y muchas veces tan lejos, que nos miramos pero no nos conocemos, que vivimos y no nos damos cuenta, que nos cruzamos y no nos imaginamos lo que el futuro nos deparara. Después de aquella escena en aquel viejo departamento no se volvieron a ver. El tiempo más tarde los volvería a encontrar ahí, en ese lugar, donde bebieron agua en una tacita verde, donde el destino los arrastraría dentro de una vorágine que marcaría para siempre sus vidas.


Ivo Sainz Escoto





Algo sobrenatural

Se podrán dar muchas  interpretaciones filosóficas, o diversas miradas estéticas  a lo que fue y es la ola del Rock que invadió la escena...